Charles Dickens

(1812-1870) Escritor y novelista inglés, uno de los más conocidos de la literatura universal, y el más sobresaliente de la era victoriana.

Frases célebres

El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico.

Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año.

Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación.

Acostumbramos a cometer nuestras peores debilidades y flaquezas a causa de la gente que más despreciamos.

Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.

El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.

Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

Hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar.

Hay hombres que parecen tener sólo una idea y es una lástima que sea equivocada.

He aquí una regla fundamental en los negocios: házselo a los demás, puesto que ellos te lo harán a ti.

El número de malhechores no autoriza el crimen.

Cuando lo hayas encontrado, anótalo.

No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón.

Reflexiona sobre tus bendiciones presentes, de las que todo hombre posee muchas; no sobre tus pasadas penas, de las que todos tienen algunas.

La caridad comienza en mi casa, y la justicia en la puerta siguiente.

Hay libros de los cuales la parte de atrás y las cubiertas son de lejos las mejores partes.

Nunca cierres los labios a quienes has abierto el corazón.

Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes.

No existe nada en el mundo tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor.

No preguntes nada, y así no te dirán mentiras.

Es una ley de la compensación justa, equitativa y saluda­ble, que así como hay contagio en la enfermedad y las pe­nas, nada en el mundo resulta más contagioso que la risa y el buen humor.

Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

La amaba contra toda razón, contra toda promesa, contra toda paz y esperanza y contra la felicidad y el desencanto que pudiera haber en ello.

Dios sabe que nunca hemos de avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el cegador polvo de la tierra que recubre nuestros corazones endurecidos.